¡Qué interesante iniciativa del ISCA de sumarse a la celebración del II Encuentro Nacional de Juventud promoviendo la reflexión en torno a la Catequesis y los jóvenes, hoy!
Al pensar en el acontecimiento que, en unos días más, tendrá a la ciudad de Rosario como escenario principal, es imposible no recordar lo que significó aquel primer encuentro nacional celebrado en Córdoba, al que no pude concurrir, pero que pude vivir intensamente por sus conclusiones y por la síntesis que significó la canción “Nueva civilización” (Un nuevo sol) como programa de vida para tantos jóvenes.
Si me permiten escribir desde mi propia experiencia, puedo decir que soy hijo de una acción pastoral que me hizo sentir parte importante de la vida eclesial. Soy de los tiempos de la “Prioridad juventud”, acción pastoral lanzada por la Iglesia en la Argentina en la década del 1980 bajo el lema: “Toda la Iglesia evangeliza a toda la juventud”. Tiempo en que las puertas de las comunidades parroquiales se abrieron, de par en par, para recibirnos y cobijarnos, a la vez que, proporcionarnos una fuerte experiencia de Iglesia comunión expresada por el servicio y la misión entre los más pobres.
En aquel contexto, recuerdo muy nítidamente la predicación de Monseñor José Erro (en esos años, Vicario Pastoral en el Diócesis de Mar del Plata) un martes por la tarde en la Misa de los Jóvenes que se celebraba en la Iglesia Catedral. Dijo el “Pepe” Erro: “Ustedes no son el futuro de la Iglesia. Ustedes son la fuerza renovadora del presente”. Esas palabras llegaron hondo a mi corazón y no he dejado de pensar en ellas. Hoy, me ofrecen una bella orientación para estas líneas de reflexión “Catequesis y jóvenes, hoy”.
A más de treinta y cinco años de aquella acción pastoral y de las palabras mencionadas, la realidad de los jóvenes, como colectivo social, es totalmente diferente, pero reclama de una acción conjunta con características similares a la mencionada. Una acción pastoral que permita recibirlos, contenerlos cordialmente en nuestras comunidades y hacerles saber qué importante es que puedan vivir su juventud ligados a la Iglesia. En este marco, la catequesis tiene una relevancia particular.
No son tiempos sencillos para vivir la fe. Y los jóvenes lo sienten particularmente. El avance del secularismo, de ideologías reductivas, del relativismo como bandera, hace que nuestros jóvenes se vean cuestionados hasta en las bases mismas de su fe. Cuando pienso en la catequesis destinada a jóvenes se me presentan estas palabras: escucha, guía, contención, animación, alegría, ejemplo, testimonio, vivencia, fundamento. La catequesis que acompañe la marcha de una comunidad juvenil ha de reunir estas características.
Una catequesis de la escucha. ¡Qué difícil es escuchar! ¡Cuántas veces hemos afirmado que, en estos tiempos de hiperconexión, estamos más incomunicados que nunca! Una catequesis que no se deje llevar por la prisa, por el programa, por el decir… antes bien, es preciso una catequesis que parta, seriamente, de la escucha de sus destinatarios: qué tienen para decir, cuáles son sus esperanzas, sus anhelos, deseos, incertidumbres… El desafío de conocer la realidad juvenil (las culturas emergentes!!!) está más vigente que nunca.
Una catequesis guía, que muestra a Jesús: camino, verdad y vida. La búsqueda de la identidad implica asumir una posición frente al mundo. Y por más que el joven busca hacer su propia experiencia, es cierto que necesita orientaciones para el camino, que alguien le indique por dónde transitar, señalar el norte, marcar el rumbo… Proponer a Jesús como “camino, verdad y vida” es brindarle a los jóvenes un estilo de vida, siempre nuevo y original: “Busquen el Reino de Dios y su justicia”.
Una catequesis que contenga. Los grandes santos educadores edificaron su estilo particular desde una pedagogía de la presencia. Tanto Don Bosco con su método preventivo (“Ve y ponte en medio de ellos”), como el método paterno-cristiano de Don Orione o la pedagogía de la presencia de Marcelino Champagnat. Son algunos ejemplos de una acción pedagógica de contención, de presencia que estimula la confianza y, con ella, la capacidad del joven de abrirse al diálogo con el adulto. Es imposible contener sin estar allí, en torno a los jóvenes; como el resucitado en el camino de Emaús…
Una catequesis que anime desde la alegría. Animar es dar aliento, es ayudar a conocerse y valorarse, es dar confianza. Todo ello con un espíritu joven. El catequista que sepa animar desde la alegría (también desde el buen humor) ganará, no sólo la atención, también el respeto. La alegría, el gozo sereno que da la fe son actitudes que convencen, que provocan la inquietud de visir así.
Una catequesis del ejemplo (testimonio). ¡Cuánto más dicen las obras que las palabras! Feliz el catequista que pueda vivir al estilo de Jesús. El ejemplo vivo es profundamente inspirador. Acompañar jóvenes implica mostrar un estilo de vida que se ha hecho, primero, carne (historia viva) en la vida del catequista animador.
Una catequesis vivencial respaldada en sólidos fundamentos. La comunidad juvenil da muchos espacios para experimentar la fe: el encuentro, la oración compartida, la celebración, la pedagogía del signo, la misión… cuántas oportunidades de palpar al Cristo vivo en las más diversas realidades. A esa experiencia es preciso sumarle una profunda reflexión de acerca de la fe: conocer la fe y saber cómo compartirla. Muchos jóvenes se sienten interpelados, especialmente en el mundo universitario, respecto de la importancia de la fe en sus vidas. Una catequesis que les proporciones sólidos fundamentos hará crecer evangelizadores que sepan dar razón de su esperanza.
El Encuentro Nacional de Juventud es una excelente oportunidad para que sigamos pensando la “Catequesis y los jóvenes, hoy”. Por naturaleza, el joven interroga, cuestiona, moviliza, exige… y esto no hace más que renovar la fe de nuestras comunidades. Por algo ellos son “la fuerza renovadora del presente”.
Pablo Garegnani