La Iglesia no está por estar, o para ocupar lugares de privilegio en la sociedad. Nuestro sentido de ser está ligado a la misión. Hay enseñanzas de Jesús que son hermosas, pero exigentes a un mismo tiempo. En las misas de estos domingos estamos leyendo el “Sermón de la Montaña”, unas páginas cargadas de belleza del Evangelio de San Mateo. Pero también comprometedoras si las aceptamos en todas sus consecuencias. “Ustedes son la sal de la tierra. Pero si la sal pierde su sabor (…) ya no sirve para nada. (…) Ustedes son la luz del mundo (…) No se enciende una lámpara para esconderla…” (Mt 5, 13-16) 
La identidad de los discípulos de Jesús es la evangelización, el testimonio de la propia vida, no de algunos ratitos a la semana. “Así debe brillar ante los ojos de los hombres la luz que hay en ustedes, a fin de que ellos vean sus buenas obras y glorifiquen al Padre que está en el cielo.” (Mt 5, 16).

Y no es posible evangelizar si no es desde la cercanía con los hermanos. No se trata de hacer “propaganda” a Jesús o “divulgar” sus milagros. No es lo mismo que volantear los precios de ofertas en supermercados o entregar panfletos en la esquina. Se trata de vivir con amor la certeza de que el Reino de Dios está cerca porque el Padre envió a su Hijo Jesús “a llevar la Buena Noticia a los pobres, a anunciar la liberación a los cautivos y la vista a los ciegos, a dar la libertad a los oprimidos” (Lc 4,18). 

El 5 de febrero de 1998 moría en Roma, el cardenal Eduardo Francisco Pironio. Él abrazó la cruz en su propia enfermedad y acogió en su corazón de padre y pastor a otros que cargaban con el propio sufrimiento. La cruz, la esperanza, la pascua, la contemplación, la evangelización fueron palabras que calaron profundo en su espíritu y, meditadas, nos fueron regaladas en sus escritos y predicaciones.

Al enseñarnos sobre la evangelización decía: “La evangelización no es una actividad provisoria, circunstancial o parcial de nuestra vida. Todo en nosotros —nuestra adoración y nuestro servicio, nuestra ocupación cotidiana y nuestro trabajo apostólico, nuestra alegría y nuestro sufrimiento— es esencialmente evangelizador. Somos o no somos evangelizadores; como somos o no somos cristianos”.

La Evangelización es anuncio de la esperanza que sostiene. El cardenal Pironio también nos enseñó que “la esperanza es caminar juntos. Qué bueno si hoy sentimos que alguien a nuestro lado nos dice: ‘no tengas miedo, no estás solo… ¡caminamos juntos!’. Qué bueno si nos acercáramos a alguien que vacila en su fe, a alguien a quien el dolor oscurece el camino y le decimos: ‘No tengas miedo yo también voy caminando a tu lado’ ”. La cercanía, el prestar atención, la solidaridad. No es un servicio ocasional, o como decimos, “un toco y me voy”.

Él fue un hombre de fe, un Pastor bueno, preocupado por servir a su Pueblo. Le tocó estar en muchos lugares. Siempre predicó sobre la esperanza, aun en tiempos difíciles; sobre la alegría y la vida que brotan de la cruz pascual del Señor Jesús. Tuvo que sufrir y mucho. Experimentó la incomprensión de algunos, inclusive en el seno de la Iglesia, que le calumniaron y buscaron poner obstáculos en su camino.

También vivió una dolorosa y larga enfermedad que asumió como participación en la cruz del Señor, ofreciendo sus sufrimientos por amor a la Iglesia. Se dejó amar a fondo por Jesús. Vivió en espíritu de oración y experiencia de encuentro con Dios. Valoró en mucho la amistad. Tuvo un gran amor a la Virgen, en quien siempre confió como madre fiel. 
Y qué actuales nos resultan hoy estas palabras: “Cuando Jesús quiere enseñarnos a vivir en la esperanza y a superar así los tiempos difíciles, siempre nos señala tres actitudes fundamentales: la oración, la cruz, la caridad fraterna”. 

Se destacó por su gran amor a la Iglesia como misterio de comunión misionera. Nos proponía una Iglesia muy cercana a las angustias de la gente, pero con la alegría que nos da Cristo. “Una Iglesia de la cruz y la esperanza, de la pobreza y la contemplación, de la profecía y el servicio”: la “Iglesia de la Pascua”. En esta Iglesia nos amaba a todos: los jóvenes, los laicos, la Acción Católica, los religiosos y religiosas, los sacerdotes, los seminaristas…
Es hermoso palpar su amor a la vida: “Te doy gracias, Padre, por el don de la vida. ¡Qué lindo es vivir! Tú nos hiciste, Señor, para la vida. La amo, la ofrezco, la espero. Tú eres la Vida, como fuiste siempre mi Verdad y mi Camino”.

Mons Jorge Lozano – Columna 5/2/2017