Preguntaron a un chico de un colegio católico: “¿qué te enseñan de religión en tu colegio?” y él respondió: “me enseñan un cantidad de respuestas que no entiendo para una cantidad de preguntas que no me hago”. Esto, que es trágico y es extensivo a toda la Pastoral, refleja estupendamente la problemática que quiero empezar a tratar. Por causas diversas en la Iglesia usamos lenguajes que nadie (o pocos) entienden, respondemos a preguntas que nadie se hace, hablamos a auditorios que ya no existen. Pensemos, por ejemplo, en nuestras predicaciones dominicales, en nuestras catequesis, en los documentos de la Iglesia o cartas pastorales que se escriben. No parece que entusiasmen demasiado al Pueblo de Dios. A menudo se tiene la impresión de que se desconocen no solo las corrientes de la cultura contemporánea y el surgimiento irreversible de sus nuevos lenguajes, sino hasta las más elementales reglas de la comunicación entre personas. Esto sin mencionar los poderosos medios tecnológicos típicos de nuestro tiempo. La Pastoral en general y la catequesis en particular antes de ser un problema de mensaje es un problema de comunicación y de lenguaje. Es muy fácil comprobar en la vida cotidiana la verdad de esta aseveración. Finalmente, de cara al reciente Directorio General para la Catequesis, los temas de la cultura, la inculturación, la comunicación y sus lenguajes parecen constituir conjuntamente uno de los grandes hilos conductores o claves de lectura que unifican todo el documento. Es también un espíritu que se descubre en el conjunto del Directorio. La Iglesia ha sido explícita en la doctrina referente a la comunicación y a sus medios, publicando numerosos documentos sobre la materia, aunque se ha tardado en llevar a la práctica estas enseñanzas. Si es verdad, por otra parte, qué la evangelización, anuncio del Reino, es comunicación, resulta evidente que este no puede ser un tema epidérmico en la reflexión catequética de América Latina.